Una baraja con el diablo (La leyenda de Cipriano)
A la edad de veintiocho años se consideraba todo un talentoso
jugador de naipes, su vida estaba orientada en base a unos pocos corazones,
varias picas y demáses. La verdad es que era lo único que él sabía hacer, y lo
sabía hacer muy bien. El echo de tirar los naipes y disfrutar venciendo y ganar
dinero fácilmente era parte de su vida diaria. Su nombre Cipriano, él era un
hombre joven que vivía cerca de la localidad de Pomaire, ese era su hogar.
Siempre estuvo viviendo ahí, lo consideraba un orgullo y lo hacía merecedor del
apelativo autoimpuesto de fullero de la cachonda o embaucador de las cartas.
.-¡Me
gustan mucho los Jueves, ya que puedo ir a despojar la guita que tanto me
cuesta ganar!(entre risas se jactaba mientras se miraba al espejo y se
arreglaba la manta). Quiero una buena jarra de chicha, pero para mi, aun no.
sino para mis queridos contertulios.
Esa noche
caminaba despacio bajo la luz de los relucientes faroles de la avenida
principal, está estaba cerca de Manuel Rodríguez, una calle principal de esa
localidad. Se reía y miraba la luna constantemente, era una
fría noche del mes de Agosto, aunque esta noche anunciaba una buena
jornada.
.-¡Pronto los
tendré en mi bolsillo! ¡Pronto sonaran en mi bolsillo los morlacos! - decía
mientras encendía un cigarrillo barato.
Un cuarto para las
diez entró en la pica de Juanito, un bar escondido hacia el interior de la
ciudad, en ese lugar se encontraban el "toronja", "la mona y el
yiyo", "el cojinova" y varios de sus amigotes.
.- ¡Oye Cipriano!
le gritaban de una mesa a otra. ¡Ven para acá! - ¡Tire las cartas amigote!. -
le gritaban desde las apartadas mesas.
Se dirigió
rápidamente hacia el final del pasillo y se sentó, los tintos y las
longanizas corrieron para apilarse sobre la mesa, se juntaron varios cabros de
la quince, de la norte, del Queltehue. Estaban secos, así que sin pensarlo le
pusieron bastante al vino y al pipeño. - ¡Parto con 2 lucas! dijo Cipriano. -
¡Pago y subo 4! - dijo el toronja. - No voy replicó el yiyo. - ¡Todo el rato
compipa y pago por ver! dijo el Macaya. ¡Chucha la pelá!, ¡yapo vamos
todos! inquirió el Cipriano.
Jugaron
hasta las 3 de la mañana, se fueron todos pelados y los bolsillos de cada uno
de estos cadáveres estaban rotos como sus corazones. El Cipriano se llevo todos
los créditos esa noche y la noche anterior y lo más probable que mañana,
también lo haría. Nunca fallaba su corta tirada, ¿factor suerte quizá? ¿Embaucamiento
quizá? se las traía el Cipriano, se las sabía por libro.
Me conformo
con llegar a pagarle a la
Marita , mañana - pensaba Cipriano cuando cruzaba la calle
Manuel Rodríguez, pronto estaría en su casa, descansando y planeando su próxima
jugada. Rápidamente guardó
su naipe "regalón"
en el bolsillo derecho , lo tenía más marcado que las huellas que dejaban sus
zapatos. Se sabía todas las movidas y todas las jugadas que debía hacer, se
manejaba en el cuento de la cuarta y la zapatea, de la chingona y la crestilla.
Pronto una misteriosa voz se abalanzó sobre él. - ¡Cipriano, Cipriano! gritó -
Mientras nuestro tahúr giraba rápidamente para visualizar quién lo increpaba. -
¡Cipriano! ¿Te llevo?
¿Donde? , miraba
incrédulo el oscuro callejón.
Lentamente se
asomaron dos grandes sombras...- Mi querido amigo, dijo el más alto, ¿Quieres
venir a una verdadera jugada? .- La sonrisa de Cipriano se asomó a su demacrada
cara. - ¿Podría ser mañana, ya que es muy tarde? inquirió.- Mi estimado, las
jugadas que ha echo no son suficientes, ya que la mejor jugada ni siquiera te
la imaginas! le sugirió el primer hombre. .-¿Y donde sería esta jugada tan
maravillosa? cerca muy cerca de acá, donde termina la calle. .- ¡Vamos entonces
a tirar las cartas! les sonrió Cipriano.
Caminaron varias
cuadras en dirección al norte, cruzaron la casa vieja, el fondero y las pipas;
hasta el final...
Cada uno de ellos
se acercó a Cipriano y ambos lo tomaron fuertemente del brazo.
.- ¡Oiga! ¡Oiga! ¿Para
dónde vamos?
Lo presionaron
contra la pared y llevaron rápidamente hacia grandes pinos. - ¡oye suéltame, suéltame
por favor, no me lastimes!
Una ráfaga de
viento interrumpió la noche y un grito desesperado se escuchó en la inmensidad
de la madrugada. .- Tráeme la muerte Dios mío, necesito escapar. Gritó
desconsoladamente.
Los gritos de
Cipriano se escucharon por todo el pueblo.
A lo lejos
en las alturas de dos grandes pinos, Él, se sujetaba fuertemente al
tronco de a un árbol, mientras uno de las sombras lo empujaba hacia el
horizonte.
Desde el suelo las
miradas atónitas de un gentío lo miraban absortos. A Cipriano le sangraban las
manos, aunque esa noche nuestro tahúr pudo ser rescatado de la inevitable
muerte.
Nervioso aún, los
ojos de las pocas personas se posicionaban en él. Como cordero que llega al
matadero o como culpable frente al cadalso.
No fue hasta
dentro de tres noches que el protagonista de nuestra historia se perdió en la
inmensidad del dolor y el silencio, mientras que lo único que nos dejó fue una
carta de la baraja, aquella que perdió en su última partida.
(Historia verídica
entregada en mi niñez por mi padre a mis absortos sentidos)
Comentarios