El viejo Manuel

Hacía frío aquella tarde, salí cerca de las siete y estaba oscuro, caminaba por la calle Libertad con dirección hacía Alameda, recuerdo que el frío invierno calaba mis huesos y el el fuerte viento que ha esa hora corría, pegaba como una bofetada en la cara. Mi bufanda cubría mi cuello y mi chaqueta, algo gastada me acompañaba como siempre por las frías calles de la estación. Pronto cruce cerca de una peluquería muy reconocida del sector y me aproximé a la ventana para ver si atendían; no había un alma detrás del vidrio y los autos pasaban velozmente frente a mis ojos. Sin más, llegué al parque que se elevaba muy extenso frente a mi. caminé y caminé hasta posarme frente a la capilla, sentí ganas de entrar, ya había comenzado a llover. Las luces de los carros me jugaban una mala pasada cuando quería cruzar, así que decidí, quedarme sentado bajo la lluvia sobre una banca. Poco a poco llegaban imágenes del pasado, la música comenzaba a sonar y me convencí que debía permanecer allí. La lluvia mojaba mi sombrero y las gotas de lluvia se deslizaban frente a mis ojos, no tenía donde ir. Levanté mis manos y me deleité con la lluvia, un cachorro cruzó la calle rápidamente y un par de borrachos salían de un bar. Algunas personas corrían para no mojarse y yo los miraba de reojo. Los árboles se agitaban en los cielos y sus ramas acariciaban la lluvia, como también besaban los cielos. Cada vez la tierra se convertía en barro y bajaba la melancolía. Las marcas de los rallados sobre la banca me contaban historias de niños jugando, de adolescentes besándose, de peleas, de alcohol, de putas y de muerte. Más en ese lugar , sólo los sollozos de perros y vagabundos eran el eco de una noche con lluvia. Fría era la lluvia y frío también era mi corazón. Entonces, como pude quise refugiarme bajo techo, pero ya era tarde y estaba empapado. Simplemente me levanté y comencé a toser, encendí otro cigarrillo y busque en mis ropas algunas monedas. El frío me recorría por doquier ...más era un espacio único, mi espacio único, sólo la lluvia charlaba  con mi rostro y la garganta me pedía un poco más para beber. Me levanté como pude y sin darme cuenta mi cuerpo tambaleó hasta darme en la cara con el pavimento. La frente manchada con sangre y mi cuerpo paralizado, clamaba un poco de calor, más poco conseguía en ese estado. Me arrastré como pude hacia la vereda y una colilla de cigarrillo fue mi único vestigio de sensatez,  ya nada podía hacer sólo entregarme al cruel destino que yo había optado.



En memoria de un hombre que conocí hace mucho tiempo y que ya no está entre nosotros.

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